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24 sept 2013

Niña esperando ver pasar a la primavera...

Cuenta mi amiga María Grazia  un recuerdo tan hermoso que no quiero perderlo y lo guardo en mis utopías:



-Me vino a la mente un “fresquito” que pasé en mi infancia. A la vez sonrío al recordar la anécdota que voy a compartir con ustedes, nos dice.       Tenía nueve años y era la última primavera que pasaría en mi pueblo de origen (Latisana, Pcia. de Udine, Italia). Algunas amigas mayorcitas me dijeron que si salía al balcón a la mañana bien temprano vería pasar a la primavera. Por supuesto que lo tomé al pie de la letra y allá fui al balcón, sigilosamente …a esperar.  Bueno, espera que te espera, me congelé y tuve que emprender la retirada con el corazón mustio antes que me descubrieran.
 Pero, tuve la manera de restañar la herida . ESCRIBÍ UN POEMA.
 Para el que sepa el italiano, aquí va:
PRIMAVERA

La Nostra dolce primavera
Ha un manto di fiori
Una veste di perle rare
Una corona di sole.

Gli uccelletti le volan dietro
E con il loro festono cinguettío
L’annunciano per le campagne.

Lei dove passa lascia un aria trepida
Dall’odor di viola!
Ogni passo un Fiore,
Ogni parola una gioia in ogni cuore!.
 13 de mayo 1950. Latisana, Pcia. de Udine, Italia.

Una alegría ingenua en tu corazón. La pudiste describir como pintas ahora tus recuerdos. No sabías tu destino. Ni lo que dejabas atrás. Me emociona y conmueven tus palabras. No las traduzco por respeto. El perfume de las violetas te acompañan y te hace ser esa persona tan especial.

12 sept 2012

Quién pudo con la tía Victoria?


         Única mujer de cinco hermanos tenía un carisma muy singular. Petisa retacona, con amplias caderas, tenía el ancho suficiente para contener el mundo. Se hacía cargo de todo lo que los otros no pudieran. De su madre anciana. De los nietos de su hija separada. De la comida de todos cuando llenaban su casa. Tenía una forma muy suave y cómplice de comunicarse.- Sabés qué pasa, Tito?. Y ahí, con una sonrisa picarona, te contaba lo que era su verdad en un murmullo pausado. 
       Sabía todo de todos, porque no había hermano ni sobrino que no les acercaran sus historias o las pistas para que ella dedujera lo que les estaba pasando. Sus hermanos?. Bravos todos. De temple. Quedaron huérfanos siendo adolescentes, salieron a la vida muy temprano. Todos con algo de genios en lo suyo, pero muy temperamentales. Pudieron con todos en la vida. Hasta uno contaba que se enfrentó a Evita. En serio. Pero a Victoria nadie la enfrentó. Presencié en una oportunidad una escena para un cuadro. Uno de sus hermanos era muy temido en la familia que había formado, nadie podía con él. Si tenía que revolear por el aire algo porque no funcionaba bien o porque él mismo se estaba equivocando, lo hacía y todos los demás guardaban silencio. En esa oportunidad estaba ella presente. Cuando tomó la calculadora para tirarla, le frenó el brazo y con una voz con autoridad, con la razón, con la reflexión le dijo: -Qué hacés, Tito?. Él bajó su brazo y no tuvo ningunas de las reacciones, de esas con las que tenía acostumbrados a los demás. Sólo ella podía hacerlo.
       Los extraordinarios eran sus desmayos. Las distintas ideologías entre tíos y sobrinos se encontraban en la mesa llegando hasta casi los puños. Pero, he ahí que la tía Victoria se desmayaba a punto y llegaba la vergüenza a esos hombres grandotes capaces de causarle eso. - Mirá, lo que hicieron, la tía Victoria se desmayó. Y ahí se terminaba la discusión. Tal dominio de respeto, amor de hermano, y ascendencia, lograba esta pequeña mujer en esa familia clásica italiana.
       Pero algo pudo con ella: la droga. Sus hermanos le habían dejado la casa en donde se criaron, por su dedicación hacia su madre. La perdió por ese nieto atrapado por el vicio. Y ella, que pudo con sus cuatro hermanos varones, puros guapos porteños, fue dominada y a pesar de su amor, de su lógica, de su carisma, no pudo contener el mundo, perdió su casa por salvar al nieto y no pudo frenar el brazo amenazante de un flagelo que destruye los cimientos de los valores más nobles. Eso  sí derrotó a nuestra tía Victoria. No pudo salvar a su nieto. Eso sí pudo con ella.
S.M.C.

13 may 2012

La amarga sonrisa de la identidad

Era una castañuela. Ponía pasión y música en cada uno de sus actos. Era capaz de hacer reír contando los hechos más dramáticos de su vida. Uno podía disfrutar horas a su lado. Pero ella siempre escapaba. Vivía ramalazos de felicidad y las disfrutaba como el mejor manjar, así estuviera sucio de barro. Buscaba el amor en cada hoja, en cada gota de aire. Y lo novelaba con una carcajada amarga contagiosa o con una lágrima bordada por una sonrisa.
Su nombre, su nombre era variable. En cada lugar por el que pasó fue dejando uno. Quién sabe por qué… Como su vida, con tantas historias cruzadas, con tantas vivencias frustradas.. Quizás por eso el no enganche, el devenir. Como su origen, incierto, difuso. Ese padre grande que siempre le dijo:- me arrepentí de no haberte puesto mi apellido, porque vos “sos” una Guzmán. En realidad era una criada por esa familia que no le había dado su apellido. En su partida de nacimiento estaba el de esa madre que nunca conoció. Una nebulosa sobre su identidad de la que no se hablaba, pero que latía en cada gesto que tuvieron con ella. Ese hermano mayor que logró buena posición y le dio oportunidad de trabajar de cocinera en su restaurante y de la que ella sacó el placer de esas charlas nocturnas al cerrar el local.
Intentó ser una persona de bien, y lo logró, con todo su esfuerzo, limpiando casas, realizando micro emprendimientos, sabiendo oficios desde carpintero a costurera, cocinera. Subía y caía. Llegaba y se iba. Conquistaba, progresaba y dejaba. Hasta de grande se propuso terminar sus estudios secundarios y lo logró. Era muy inteligente. Podría haber llegado muy lejos con otra vida, con otra oportunidad. Se encontró con una piedra contra la que chocó siempre que estaba progresando, su propia angustia.
Y un día se atrevió y preguntó. Ya su padre adoptivo había muerto y la que llamó mamá, y trató de usted, estaba viejita. Y aceptó con resignación la respuesta. Quiso saber quiénes eran sus padres. La pregunta la hizo en la mesa familiar donde estaban todos festejando el cumpleaños de su “mamá”. La primera respuesta fue: -ahora te venís con eso!!!. Qué era eso sino su identidad?. Su identidad!!!. Y fue su hermano, su cobarde hermano, sentado a su lado, cuyos hijos matrimoniales disfrutaban de un hogar con todos los gustos, el que le dijo: - tu padre soy yo. Y surge la historia del embarazo, de sus dieciocho años, de la norteña que volvió a sus pagos y de sus padres haciéndose cargo.
Tuvo abuelos a su lado sin saberlo, tíos que no disfrutó como tal y un padre que la dejó luchar sola en esa inmensidad que es la vida. Y ya no quiso saber más. Se fue con la sonrisa un poco más madura, más amarga, más cansada. Uno sonrisa torcida por el destino.
Ahora sí, de la vida se vengó!!. Tuvo una hija a la que le dio tres padres, créanlo. El biológico, el que le dio el apellido y el que le dio el hogar. Los tres la reconocieron como hija. Así era ella. Un personaje de novela. A veces se suele escuchar, en el medio del silencio, el sonido de esa castañuela que regocijaba el alma a su paso.
La realidad supera a la ficción o la ficción supera a la realidad?. Tú, querido lector, lo dirás…
Stella Maris Coniglio

21 abr 2012

1905: Rosario honores en pugna

El siglo XX encuentra a un Rosario con un concepto del honor fuertemente arraigado al punto que debe ser reparado a cualquier costo. De ello da cuenta un real escándalo social, que ascendería a la crónica policial, que conmocionó a una ciudad ya que involucraba a familias de “figuración” relevante. El 13 de enero de 1905, El Municipio, un diario para quien el encumbramiento social de los actores del hecho no era razón para silenciar la historia, publica una extensa crónica de la misma. María Esilda, joven perteneciente a una de las familias más reconocidas de la sociedad del Rosario del 900, estaba comprometida formalmente para un enlace próximo con el joven profesional Carlos, de 25 años, con un apellido también encumbrado. La ruptura al parecer extemporánea y unilateral del compromiso por parte de éste, hizo que la muchacha se considerara ofendida y desairada e intentara suicidarse disparándose un tiro en el pecho, pero salva su vida tras una intervención quirúrgica. A partir de ahí su familia sale en búsqueda de una reparación . Su hermano Eduardo, un distinguido oficial de la Marina de Guerra reta a duelo a Carlos a pesar de haber estado hermanados por una fuerte amistad. Esto daría lugar a una historia aparte porque suceden hechos de lo más pintorescos (Eduardo nombra padrinos, Carlos dilata el tema de diferentes maneras diciendo que no ver donde está la ofensa). Hasta que se enfrentan y Eduardo dispara sin dar en el blanco y Carlos se mantiene en posición de guardia con el arma levantada. Así dan por terminado el frustrado lance. Días después siguen los ánimos caldeados y otros 2 hermanos de María Esilda se encuentran con Carlos y su madre en la Estación de trenes Central Argentino donde comienza un tiroteo entre ellos que asombra por las características violentas del mismo, por la escenografía e incluso por su carácter público, pese a la condición social de sus protagonistas y a los honores en pugna, y por las víctimas inocentes. El tiroteo terminó al caer Carlos bañado en sangre. Dejando el saldo de varios heridos graves entre los simples pasajeros que se encontraban en la estación. Aquel drama pasional y familiar lejano tuvo un final tan inesperado como insólito, si nos atenemos a un ejemplar de la revista La Idea, en la que se publica, unos años después, una de las tantas fotografías familiares grupales a las que eran afectas tanto la revista como la sociedad rosarina. En el extremo izquierdo de la fila inferior, aparece María Esilda con el apellido de casada, el mismo que correspondía a su esposo Carlos. Por ser apellidos conocidos de nuestra ciudad no los revelé pero esta historia se puede encontrar en el libro: Rosario, del 900 a la “década infame” de Rafael Oscar Ielpi