Entre la desorientación y el espanto, un poco más abajo de la esperanza, un poco más arriba del abandono. Voy a tratar de hacer eso que se hace poquito. Pensar.
El oficialismo se enojó porque no entendió y creyó que ya todo estaba terminado.
Pero un pibe dijo en twiter “Che, hagamos una marcha, esto no terminó”. A los medios se le escapó el dato hasta que tres días después desde España, Luis Brandoni mandó un video diciendo “hay que juntarse en la plaza”. Recién ahí los medios dijeron “ah, mirá estos pibes”. Y hablaron de una marcha organizada por Brandoni y Campanella, cosa que no fue así pero los medios son así. Y pasó lo que nadie esperaba: decenas de miles de personas en Plaza de Mayo gritando: “Gato, ponete las pilas, sos candidato y acá todavía nadie votó”. Sacaron a Macri de la quinta donde lamía sus heridas y el helicóptero en vez de salir, llegó a Casa Rosada.
Algo estaba cambiando.
Era 24 de Agosto. 24 A para mayor precisión
13 días había durado el shock.
Y empezaron a pasar algunas cosas que nadie esperaba. El kirchnerismo (más que el peronismo) empezó a perder cada elección en la que se presentó. Mendoza fue el inicio. Salta dio otro dato. Las universidades de Córdoba y Buenos Aires pasaron a ser dirigidas por gente sin contacto con “La Cámpora” que se demostró una organización vacía de territorio, con mucha más presencia en los medios que en la gente. El peronismo empezó a pensar si eso que se venía era lo que quería. Recordó el látigo de Cristina y aparecieron las dudas propias.
Y empezaron las 30 marchas del oficialismo sin que los medios de comunicación se dieran cuenta. Un tipo parado sobre una camioneta diciendo casi nada. Porque no importaba él, importaba los que estaban abajo. Todos esos que escuchaban todo el tiempo que ya habían votado, que había un presidente, que no jodan. Esas marchas fueron creciendo con gente que gritaba “sí, se puede” mientras el establishment, las corporaciones miraban para otro lado o directamente se burlaban de las viejitas, de los viejitos que apenas pueden caminar e insisten con banderitas celestes y blancas y ojos llorosos, mientras sus nietos cantan la cantinela de una revolución latinoamericana que sólo trajo tristeza y dolor para millones de personas y buenas mansiones y seguridad para sus dirigentes.
Como a esas corporaciones jamás les interesaron las personas, lo que esas personas hicieran no le importó. Las encuestadoras en agosto dibujaron los numeritos que todos teníamos en la cabeza, 3 o 4 puntos abajo del oficialismo. Hoy dibujan los numeritos que quedó de aquella noche: 20 arriba para el Frente. Porque los encuestadores no trabajan para que sepas qué estamos pensando. Trabajan para quienes le pagan: los políticos que quieren que vos pienses en ese número.
Los medios no han entendido que esta vez se votará contra ellos. Contra la élite intelectual y artística que opina sin fundamento parada en su autocelebrada sensibilidad. “Soy artista, quiero artisstear”.
Abuelas de 60 años llevarán a votar a sus madres de 90. Y eso, en vez de ser visto como ejemplar, es objeto de burla. ¿”No mueve el amperímetro”?. En decenas de ciudades de todo el mundo un grupito de argentinos, en vez de disfrutar un sábado hermoso, sale con la banderita a decir “sí, se puede”. Pero tampoco “mueve el amperímetro”. Un batallón de ciudadanos que en su vida se interesó en política sale a anotarse para fiscalizar una elección difícil. Eso ¿tampoco “mueve el amperímetro”?
Quienes votaron a Alberto Fernández pensando que Alberto Fernández no es Cristina Fernández escucharon a Alberto Fernández decir “Cristina y yo somos lo mismo”.
Por eso, el 11 de agosto se plebiscitó el gobierno de Cambiemos. Sin fiscalización. Este domingo se vota para adelante, pensando si es Cristina quien debe dirigir el país. Con fiscalización. Y participación ciudadana.
Yo creo que el amperímetro se movió. Y que es hipocresía pura que vengan a joder con el amperímetro los que rompieron todos los instrumentos de medición.
Seamos libres. Lo demás se arregla.
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