25 oct 2019

La historia de Argentina desde el 11 de agosto a la fecha.


Y ¿dónde estamos parados?
Entre la desorientación y el espanto, un poco más abajo de la esperanza, un poco más arriba del abandono. Voy a tratar de hacer eso que se hace poquito. Pensar.
 En la elección del 11 de agosto hubo una tormenta perfecta. La falta de resultados prácticos en los bolsillos convirtió la elección de las PASO (una simple elección de candidatos partidarios) en un plebiscito sobre el gobierno de Cambiemos. Los resultados fueron catastróficos.

El Frente de Todos tuvo una campaña con cuatro aciertos: escondió a Cristina, diferenció a un Fernández de otro, soslayó toda cuestión moral, ética o republicana y se centró en lo económico.

El gobierno, confiado, no fiscalizó. El electorado oficialista, confiado en que ganaba, no fue a votar.

El shock de los números desorganizó todo. Los mercados - la gente de la guita- ante la posibilidad de que el gobierno pasase a manos de una oposición que en lo económico había sido tan desastrosa que tuvo que romper todos los instrumentos de medición para poder decir que acá había menos pobres que en Alemania, salió corriendo a dolarizarse. Destrozó una economía que venía recuperándose (inflación, bonos, exportaciones, déficit) y nos dejó recuerdos del futuro.

Ninguna de las dos fuerzas principales estuvo a la altura de la circunstancia: las dos creyeron que las elecciones ya habían ocurrido. Así los Fernández echaron esa misma noche a los brasileros que le armaron la campaña (parece que todavía no terminaron de pagarle) porque total “ya somos gobierno”. Echaron a los que les hicieron las cosas bien. Y empezaron a hacer las cosas mal. Con la prepotencia habitual empezaron a hablar de que Venezuela no es una dictadura (6700 muertos en año y medio, 5 millones de exiliados, etc.), de Junta Nacional de Granos, de Conadep de Periodistas, de cambios en la Constitución. Se empezaron a pelear en público sobre cuestiones tales como paros de aviadores o cortes de calles. Grabois y los suyos entraron a patotear a los shoppings y volvieron los cortes de silo bolsas y amenazas en la calle. Ya eran gobierno y dejaron claro lo que podrían llegar a ser: una bolsa de gatos babeantes que se pelean por sus privilegios sin parar, tirando cada tanto un fútbol gratis, por la dudas. Los medios, rápidos para sus propios reflejos, entronizaron al nuevo presidente. El círculo rojo, el establishment o como quieran llamarlo, empezó a ver a AF alto, rubio, sano y fuerte. Se convirtieron en el perro Dylan, todos muy felices y moviendo la cola.
El oficialismo se enojó porque no entendió y creyó que ya todo estaba terminado.

Pero un pibe dijo en twiter “Che, hagamos una marcha, esto no terminó”. A los medios se le escapó el dato hasta que tres días después desde España, Luis Brandoni mandó un video diciendo “hay que juntarse en la plaza”. Recién ahí los medios dijeron “ah, mirá estos pibes”. Y hablaron de una marcha organizada por Brandoni y Campanella, cosa que no fue así pero los medios son así. Y pasó lo que nadie esperaba: decenas de miles de personas en Plaza de Mayo gritando: “Gato, ponete las pilas, sos candidato y acá todavía nadie votó”. Sacaron a Macri de la quinta donde lamía sus heridas y el helicóptero en vez de salir, llegó a Casa Rosada.
Algo estaba cambiando.
Era 24 de Agosto. 24 A para mayor precisión

13 días había durado el shock.

Ahí comenzó hermosa la justicia a desdecirse de muchas cosas que había dicho en los últimos tiempos. Salieron de la cárcel, como si fueran presos políticos, empresarios truchos, dirigentes venales, correveydiles del poder.
Y empezaron a pasar algunas cosas que nadie esperaba. El kirchnerismo (más que el peronismo) empezó a perder cada elección en la que se presentó. Mendoza fue el inicio. Salta dio otro dato. Las universidades de Córdoba y Buenos Aires pasaron a ser dirigidas por gente sin contacto con “La Cámpora” que se demostró una organización vacía de territorio, con mucha más presencia en los medios que en la gente. El peronismo empezó a pensar si eso que se venía era lo que quería. Recordó el látigo de Cristina y aparecieron las dudas propias.
Y empezaron las 30 marchas del oficialismo sin que los medios de comunicación se dieran cuenta. Un tipo parado sobre una camioneta diciendo casi nada. Porque no importaba él, importaba los que estaban abajo. Todos esos que escuchaban todo el tiempo que ya habían votado, que había un presidente, que no jodan. Esas marchas fueron creciendo con gente que gritaba “sí, se puede” mientras el establishment, las corporaciones miraban para otro lado o directamente se burlaban de las viejitas, de los viejitos que apenas pueden caminar e insisten con banderitas celestes y blancas y ojos llorosos, mientras sus nietos cantan la cantinela de una revolución latinoamericana que sólo trajo tristeza y dolor para millones de personas y buenas mansiones y seguridad para sus dirigentes.
Como a esas corporaciones jamás les interesaron las personas, lo que esas personas hicieran no le importó. Las encuestadoras en agosto dibujaron los numeritos que todos teníamos en la cabeza, 3 o 4 puntos abajo del oficialismo. Hoy dibujan los numeritos que quedó de aquella noche: 20 arriba para el Frente. Porque los encuestadores no trabajan para que sepas qué estamos pensando. Trabajan para quienes le pagan: los políticos que quieren que vos pienses en ese número.

A ver, sin aparatos ni sindicatos ni organizaciones sociales ni apoyo de los medios, las mayores concentraciones políticas de la historia de 30 ciudades (en Rosario y Buenos Aires sólo comparables a las de la vuelta a la democracia) ¿no “mueven el amperímetro”, como les gusta decir a los enamorados de los lugares comunes ¿cómo es posible? ¿Y la discusión previa en cada ciudad, la organización, las conversaciones de por qué ir o por qué no, con quién? Vamos, ¿a qué fue toda esa gente? Y toda esa gente, motivada, ¿”no mueve el amperímetro”? Dale.
Los medios no han entendido que esta vez se votará contra ellos. Contra la élite intelectual y artística que opina sin fundamento parada en su autocelebrada sensibilidad. “Soy artista, quiero artisstear”.
Abuelas de 60 años llevarán a votar a sus madres de 90. Y eso, en vez de ser visto como ejemplar, es objeto de burla. ¿”No mueve el amperímetro”?. En decenas de ciudades de todo el mundo un grupito de argentinos, en vez de disfrutar un sábado hermoso, sale con la banderita a decir “sí, se puede”. Pero tampoco “mueve el amperímetro”. Un batallón de ciudadanos que en su vida se interesó en política sale a anotarse para fiscalizar una elección difícil. Eso ¿tampoco “mueve el amperímetro”?
Quienes votaron a Alberto Fernández pensando que Alberto Fernández no es Cristina Fernández escucharon a Alberto Fernández decir “Cristina y yo somos lo mismo”.
Por eso, el 11 de agosto se plebiscitó el gobierno de Cambiemos. Sin fiscalización. Este domingo se vota para adelante, pensando si es Cristina quien debe dirigir el país. Con fiscalización. Y participación ciudadana.
Yo creo que el amperímetro se movió. Y que es hipocresía pura que vengan a joder con el amperímetro los que rompieron todos los instrumentos de medición.
Seamos libres. Lo demás se arregla.

Felicitaciones Osvaldo Basán. Los que vemos el fenómeno Marchas de cerca, no podemos estar ajenos a aquello que no se ve, se siente.

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