4 sept 2016

4 de setiembre: DÍA DEL INMIGRANTE

Las primeras colonias rurales de inmigrantes tuvieron lugar bajo el gobierno de Urquiza; en 1855. La provincia de Corrientes firmó un acuerdo con el médico francés Auguste Brougnes por el cual éste se comprometía a gestionar la llegada de un millar de familias de agricultores en el decenio subsiguiente. La provincia les entregaría 35 has. de tierra apta para el cultivo, además de vituallas, semilla, animales e instrumentos de labranza. Los pobladores arribarían en los años siguientes, asentándose en Santa Ana, Yapeyú, Empedrado, Bella Vista y los alrededores de la ciudad de Corrientes.
Los primeros experimentos datan de finales de 1856 e incluyeron la colonia suiza de Baradero, la colonia Esperanza, que albergaba   suizos, franceses y alemanes, en Santa Fé (ver aquí) , y la colonia  galesa de Gaiman en Chubut.
Cada una de estas colonias aportaron lo suyo a nuestra Patria. Su trabajo, su empeño, su arraigo a tierras extrañas, la superación de la diversidad de idiomas y las formas de comunicarse, empeñándose en hacer de un desierto un vergel.
La historia que me apasionó fue la de los galeses en Gaiman, Chubut y la transcribo nuevamente porque fueron un ejemplo de convivencia pacífica en un ambiente hostil, que no era el que esperaban:

El establecimiento permanente de los europeos en el valle del Chubut y áreas aledañas comenzó cuando 153 galeses arribaron a bordo del Velero Mimosa. Incluyendo a carpinteros, mineros y otros oficios, eran 56 adultos casados, 33 solteros o viudos, 12 mujeres solteras (generalmente hermanas o sirvientes de los emigrantes casados), y 52 niños. Había unos pocos granjeros, que fueron infortunados al descubrir que las atracciones de la región fueron sobredimensionadas y que la tierra era un desierto semi árido que produciría pocos alimentos. A ellos les habían dicho que el área era como las tierras bajas de Gales.
Fueron especiales las motivaciones que guiaron a estos colonos. No eran aventureros en busca de una hipotética Ciudad de los Césares. Ni errantes buscadores de oro, guiados por el brillo de una riqueza fácil. Tampoco eran científicos con ansias de conocimientos y fama. Era un grupo de personas que deseaba salvar un estilo de vida amenazado en su tierra natal y que buscó, conscientemente, un lugar en el mundo donde poder fundar una nueva nación galesa. 

Si hay una característica que distingue la colonización galesa en la Patagonia de otros procesos similares de su tiempo, es sin duda la actitud de respeto y aceptación de la cultura y creencias religiosas de la población nativa cuyo territorio vinieron a compartir. Nunca hubo intentos de convertir a los tehuelches a la fe Cristiana, o imponerle nuevos preceptos morales, sino que fueron precisamente los galeses quienes más se beneficiaron con el intercambio en su etapa inicial, ya que sin las habilidades que aprendieron de los indígenas y el comercio que con ellos pudieron establecer (trueque de harina, azúcar, yerba y otros productos por plumas de avestruz y pieles de guanaco, que luego exportaban desde la colonia), difícilmente hubieran podido persistir en el medio hostil que les tocó poblar. De los tehuelches, sus “hermanos del desierto” aprendieron, fundamentalmente, a proveerse de comida mediante la cacería y todas las otras destrezas indispensables para sobrevivir en ese entorno implacable. Existen relatos grabados, de ancianos descendientes de los pioneros, que describen cómo los galeses se integraban a las partidas de caza de los tehuelches, aprendiendo a usar las boleadoras y a manejar diestramente sus caballos. Y fueron los indios, justamente, quienes advirtieron a los galeses de la existencia de los hermosos valles cordilleranos a los que luego extendieron su colonización (y a la postre su arraigo, para que estas tierras finalmente pertenecieran a la Argentina).
A los colonos desalentados que en 1867, dos años después del desembarco del Mimosa, esperaban otro barco en Puerto Madryn para abandonar los fracasos iniciales en esta dura colonización del Chubut, los tehuelches les dijeron: y…”con quién vamos a comerciar si ustedes se van?” una invitación a la reflexión, junto con el ofrecimiento de caballos, por parte del cacique Galats y su tribu.
Un episodio es quizás el más simbólico de esta relación, nacida de la soledad de un inmenso territorio casi vacío, donde la ciudad más cercana hacia el norte era Carmen de Patagones (por tierra, unos 500 km) y hacia el sur, Punta Arenas (unos 1.200 km). Sucedió en uno de los primeros encuentros. Estaban los colonos galeses un domingo practicando su culto religioso en una de las precarias construcciones que oficiaba de capilla, cuando llegó un grupo de tehuelches al lugar. Podemos imaginarnos la escena: los colonos vestidos de domingo, en el proceso de reafirmar su conexión con su educación religiosa, la vida y los afectos que habían dejado atrás, en el verde país de Gales, y la aparición de los indígenas, altos, oscuros, envueltos quizás en sus quillangos de piel de guanaco. Imagino la tensión inicial, ¿qué hacer, ante esa brusca materialización del nuevo país que habían elegido?Fue una de las mujeres galesas quien encontró el más grande símbolo de amistad que se hubiera podido concebir para “romper el hielo” en ese momento crucial: se acercó a una de las mujeres nativas y le ofreció tomar el bebé que llevaba en sus brazos, como gesto de confianza y símbolo del trato igualitario entre las dos culturas, reunidas bajo la inmensidad del generoso pero exigente cielo patagónico.
En Puerto Madryn (Chubut) se encuentra el monumento a la mujer galesa.

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