11 may 2015

Una sociedad sin utopía deja de ser sociedad

Cuando veo esto me pongo a pensar en las incalculables matanzas que hubieron en América por esta utopía. En las familias destruidas por la disgregación al huir de su país dejando su pasado y parte de su familia. En los silenciados, apresados por pensar distinto. En el reparto de pobreza por cerrar la economía. Y todo en vano...
Sin embargo para Leonardo Boff no es verdad que vivamos tiempos pos-utópicos. Aceptar esta afirmación es mostrar una representación reduccionista del ser humano. Porque el hombre es un ser de deseo, portador de principios de esperanza (Bloch), permanentemente insatisfecho y siempre buscando nuevas cosas. En el fondo el hombre es un proyecto infinito, en procura de un oscuro objeto que le sea adecuado. Y de ese trasfondo virtual es del que nacen los sueños, pequeños o grandes proyectos y las utopías mínimas y máximas. Sin ellas el ser humano no vería sentido en su vida y todo sería ceniciento.
Una sociedad sin utopía deja de ser sociedad, le faltaría un factor de coección interna, un rumbo definido que se hundiría en el pantano de los intereses individuales o corporativos. Lo que entró en crisis no son las utopías, sino cierto tipo de utopía, las utopías maximalistas venidas del pasado.
Los últimos siglos fueron dominados por utopías maximalistas.
 La utopía iluminista que universalizaría el imperio de la razón contra todos los tradicionalismos y autoritarismos. La utopía industrialista de transformar las sociedades con productos sacados de la naturaleza y de invenciones técnicas. La utopía capitalista de llevar progreso y riqueza para todo el mundo. La utopía socialista de generar sociedades igualitarias y sin clases. Las utopías nacionalista bajo la forma de nazi-fascismos que, a partir de una nación poderosa, de “raza pura” rediseñaría la humanidad. La utopía de un único mundo globalizado bajo la égida de la economía de mercado o de la democracia liberal. La utopía de ambientalistas radicales que sueñan con una tierra virgen y un ser humano totalmente integrado en ella.
Esas son las utopías maximalistas. Propugnan a lo máximo. Muchas de ellas fueron impuestas con violencia o generaron violencia contras sus opositores. Dejaron un rastro de decepción y de depresión, especialmente, la utopía de revolución absoluta de los años 60-70 del siglo pasado como una cultura hippy y sus derivados.
Pero la utopía permanece porque pertenecen al ánimo humano. Nótese que todo lo que nos entra por los medios nos llevan a sentir: así como está el mundo no puede continuar. Cambiar o al menos mejorar. No puede continuar la absurda acumulación de riqueza como jamás hubo em la historia. Hay que poner un freno a la velocidad productiva que produce gases de efecto invernadero. 
Hoy la búsqueda se orienta por las utopías minimalistas, aquellas que, en el decir de Paulo Freire, realiza lo “posible viable” y hacen una sociedad “menos malvada y tornan menos difícil el amor”.

Si de algo estoy segura es de que no nos debemos entregar a utopías armadas por aquellos a los que se cree combatir, para mantenernos entretenidos. Como dice Baudrillard: viejas utopías convertidas en mercancía. Es cuestión de ponerse a trabajar por esas pequeñas utopías realizables que algún día nos hagan decir: “valió la pena”.

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