5 nov 2013

Cuando se gobierna matando pájaros

Me encantan los cuentos populares, porque con su simpleza muestra la torpeza de un gobernante.
En un bellísimo país hubo un rey, a quien le gustaban mucho las cerezas, y para tenerlas siempre en su mesa y deleitarse con ellas, las hacía traer en enorme cantidad desde las más lejanas regiones de su reino.

Como la travesía era larga y penosa, a veces las cerezas llegaban a la mesa del monarca en mal estado. Hasta, que, un día, faltó su fruta predilecta. Y como el rey no era muy resignado, ordenó a sus agricultores que plantasen cerezos en todos los terrenos que mostraban condiciones para producirlas.
La orden del rey fue acatada sin chistar.
El rey sonreía complacido, porque en su mesa ya no faltaban estos deliciosos frutos. Pero ni el monarca ni los campesinos sabían que también a los pájaros les gustaban mucho las cerezas. Tan pronto como los jilgueros, los gorriones, los mirlos y otras aves se enteraron de que en ese país se producía esa fruta en abundancia, cayeron como nubes sobre los campos llenos de cerezos. Y, de nuevo, faltaron las cerezas en la mesa del soberano.
Cuando éste se enteró de la causa de la falta de su fruta preferida, montó en cólera y dio la orden de exterminar a todo cuanto pájaro hubiera en el país. Y hasta fijó un premio por cada pájaro cazado que los ciudadanos mostrasen a las autoridades.
En seguida, comenzó en el país una matanza general de pájaros de todas clases y colores. El rey, pensando que, con esta medida, ya no faltarían en su mesa las-cerezas, sonrió satisfecho.
Mas, en cambio, sucedió una cosa horrible. Por todas partes, el suelo se cubrió de legiones de gusanos e insectos, los cuales, cayeron en millonarios batallones sobre los campos, y no dejaron en las plantas ni una hoja, ni una flor, ni un fruto.
El país quedó desolado como un desierto. La gente perecía de hambre, porque no había ni un puñado de cereales, ni una patata, ni una legumbre, ni una hortaliza. Y el ganado se moría por falta de forraje.
El rey se puso más furioso que antes e hizo llamar a los sabios de su reino, para que aconsejaran lo que había que hacer en tan grave situación.
Los sabios, tras de mucho discutir y opinar, se pusieron de acuerdo en que era preciso exterminar todos los insectos y gusanos de los campos del país.
— ¿Y quién los exterminará? —preguntó, pesimista, el rey.
— ¡Los pájaros! —contestaron, a coro, los sabios.
— ¿Pero dónde están los pájaros? Si no queda uno solo en todo mi vasto imperio.
— Es necesario, Majestad, traerlos de otros lugares.
— ¿Y mis cerezas? ¡Si vuelven los pájaros, se comerán de nuevo las cerezas!
— Es cierto, señor. Pero si no vuelven los pájaros, no habrá cerezas, ni pan, ni verduras, ni legumbres.

Como el rey se avergonzara de la falta que había cometido, pues, por su culpa, se estaba sufriendo de hambre ordenó que trajesen millones de pájaros de otros países.
Las aves traídas declararon guerra sin cuartel a los gusanos e insectos, y pronto los campos del país se cubrieron nuevamente de verdura y lo cerezos, de frutas amarillas y rojas.
El rey se mostró complacido del resultado de la campaña agraria, y, en lo sucesivo, se contentó con las cerezas que los pájaros dejaban en las ramas de los cerezos, por olvido o por hallarse hartados de frutos.

Y el pueblo del país volvió a tener pan en sus mesas y legumbres y hortalizas en su comida diaria.

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